lunes, 2 de mayo de 2011

Segunda entrega de las aventuras del norte y más.



Después de la grata noche en la casa de Ramón (tal era así el nombre de nuestro anfitrión), partimos a las 6 de la mañana y por 25 pesos nos fuimos rumbo a Humahuaca.
Con las mochilas nuevamente colgadas del techo de un micro que, pese a las leyes de la física, nos llevo seguros hasta destino y con la única baja de la cantimplora de quien les habla, que habrá quedado de adorno por los caminos pedregosos  y serpenteantes que nos alejaban de la hermosa ciudad de la iglesia de cúpula azul cielo.
Llegados, lo primero que quisimos conocer fue la plaza, lugar del imponente monumento a la independencia. Es imposible describir lo impresionante que es verlo y compararse con él.
Desde el lugar donde está emplazado tal monumento se hace posible tener una hermosa vista panorámica de gran parte de Humahuaca, por detrás de él se puede acceder a una placita con variados cactus, las plantas autóctonas del lugar y un pequeño y antiguo campanario hecho de adobe, también muy típico de la zona.
Cerca del monumento hay un museo muy pequeño, pero que atesora objetos arqueológicos muy interesantes e información sobre los pueblos originarios del lugar.El acceso nos costó solo tres pesos y aunque es muy precario tiene piezas muy valiosas y que vale la pena ver.
Después de recorrer esas escaleras infinitas, gracias a Dios esta vez en bajada, partimos para la Iglesia donde, según nos habían informado en la oficina local de turismo, a las 12 del mediodía se aparece un santo mecánico que da la bendición a los fieles que se acercan al lugar, los que querian verlo esperaban enfrente de la Iglesia, donde esta la plaza mayor y ahí fue donde nosotros aguardamos la salida del religioso robótico.
Luego de nuestro momento espiritual del día,  rumbeamos para la caminata de Peñas Blancas, un recorrido que se puede hacer de muchas formas  pero para poder acceder arriba hay que escalar a pie, son 3 km en subida leve que hasta pudimos hacerlo con la mochila a cuestas, se llega cruzando el puente del Rio Grande. Al llegar la vista se vuelve increíblemente bella con los riscos blancos y las montañas cobrizas más altas recortadas sobre el cielo.
Al volver, y con lluvia de por medio, decidimos formar parte de un cuantioso grupo de jóvenes que se habían reunido en una plaza con la excusa de descansar.
Con varios guitarristas y cantantes  sin vergüenza alguna, se empezaron a entonar las mas impensadas canciones y sin discriminación de género musical.
Así finalizo el día, en una plaza con 25 músicos cantando desde Sin Bandera hasta  Divididos, con 18 empanadas fritas de queso (la mejor experiencia culinaria y solo nos salió 18 pesos) , acostados en el piso y con las ganas de quedarnos en esa plaza todo el viaje, pero sabíamos que esto seguía y que en cuatro horas teníamos el próximo micro para la Quiaca.
Pero eso en la próxima entrega gente.


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